Cuando el éxito y John Green se encontraron, el Green ya llevaba un montón de libros publicados. Pero fue su emblema de la sick lit (literatura de amor + enfermedad = seremos polvo enamorado, citando a Quevedo, y no hagan chistes) el que lo llevó a la más famosa de las famas (por “Bajo la misma estrella”, si no se han enterado). El tema es que John, junto a su hermanito Hank, igual tenían su rating acumulado porque eran súper activos en las llamadas redes sociales. Hacían cualesquiera cantidad de videos educativos y se hacían llamar “nerdfighters”, con un saludo de antebrazos cruzados -onda Metallica-, pero poniendo los dedos de las manos en la separación del saludo vulcano (quien no entendió ninguna de estas referencias, que tome su sombrero y su bastón). Busquen por vlogbrothers. Pero ya, a ordenarse, que estamos hablando de libros acá. Y, después de leerlos todos, el veredicto de un servidor es: el peorcito es uno escrito a medias sin mezclarse junto a David Levithan -ese del Will Grayson al cuadrado- y también bajo la línea de flotación está uno pascuero/oportunista, también en plan cooperativo. Con los otros, pasa algo parecido a la obra de Paul Auster: como que es el mismo libro todo el rato, ¿o no?. Y si de Auster el mejor es “El palacio de la luna” (y el peor ese del perro filósofo), el de Green es el primerito: “Buscando a Alaska”. 7 tenedores.
Y si alguien está en desacuerdo, como decía Harry el Sucio: las opiniones son como los potos, todo el mundo tiene uno.
Recurriendo nuevamente a lo metafórico/gastronómico, su opera prima es el menos pasteurizado de sus libros (que igual nos gustan harto, ojo, aunque el último ya se nos olvidó). Esta novela transcurre en un colegio algo atípico, donde llega el desadaptado protagonista, Miles, cuya obsesión rara (en general, una característica greenesca: teoremas para entender la vida, mapas sin ciudades, eso) son las últimas palabras de personajes famosos. Y su nueva obsesión la genera la chica del título (oh, polisemia), Alaska Young, que es linda y compleja (por ponerlo en elegante). Entre situaciones varias de corte escolar, grandes conversaciones sobre la vida y últimas frases (alégrense bolivarianos, porque se habla del general en su laberinto), hay un quiebre más o menos a la mitad del libro que lo deja a uno como conejo deslumbrado en la mitad del camino. O sea, después uno queda como atropellado.
Aparte de que el riesgo es enorme para el autor -porque una enfermedad terminal es más inevitable que lo que ocurre aquí-, es también un mazazo para el lector. Es como unos quesos franceses que compré recién y que uno hubo que botarlo, por IN-TEN-SO (aunque se podría haber usado como test de coronavirus). En fin, que “Buscando a Alaska” es súper jugado. Y entretenido. Y agridulce. Y bien bueno. Y la peli, no, por siaca.
Buscando a Alaska. Suma de letras, España. 304 páginas. ISBN 9788466335355