La Balada del Mar Salado de Hugo Pratt – reseñas de cuarentena – 10

Cuando la gente de edad (vejetes) se pone nostálgica sobre sus lecturas infantiles, saltan al tiro a la palestra Verne y Salgari. El problema es cuando un lector de hoy se mete en las páginas de alguna versión íntegra de, por ejemplo, “Dos años de vacaciones”: ¿qué es una jarcia? ¿dónde se pone uno al socaire? El alefriz ¿se come? Es como dicen en “Los hijos del capitán Grant”: “Que me ahorquen si entiendo esta jerga infernal. Estoy seguro de que ese hombre habla araucano”. (¿??!!!)  Bueno, eso le pasa a los lectores de hoy con las versiones originales de estos magnos escritores. No es muy UWU (y para los adultos, algo parecido ocurre después del “Llamadme Ismael” y meterse al “Moby dick” de editorial Porrúa. Sudor frío). En fin. Si la idea es recomendar un libro de aventuras sin sexo y en los que la violencia tiene sustento argumental y está dosificada -para entender que los riesgos que se corren son de verdad-, con un sorprendente marco histórico detallado y algunas pinceladas de fantasía, allí está el protagonista de hoy: Corto Maltés.

Nuevamente, para que no se crean que esto son puros “monitos”, don Umberto Eco dijo: “Cuando quiero relajarme leo a Engels, cuando quiero algo serio leo a Corto Maltés” (bueno, eran amiguetes él y Hugo Pratt, el autor, también). Hay un bello y cabezón texto de Umberto (me cae bien) titulado “Geografía imperfecta de Corto Maltés” -en esa biblioteca llamada internet-, como para ubicarse en un universo muy extenso que parte con el libro que prende esta mecha: “La balada del mar salado”.

La primera aventura ocurre en esa zona del Pacífico más tiradita hacia Fidji y Papúa (Melanesia le dicen), donde aparece nuestro héroe, hijo de un marino inglés y una gitana de Gibraltar (y que se hizo unas líneas de la mano con el cuchillo. Al revés de Vicente Huidobro en “Vientos contrarios”, que se las borró con vitriolo). Se respiran los aires de guerra, de la Primera. Entonces, andan dando vuelta algunos alemanes medio corsarios y también el némesis/amigo loco de Corto, Rasputín, aparte de las huestes locales de un líder en las sombras de la región: El Monje. Hay muchos misterios -magia incorporada, pero en serio (no de gomitas multisabores, doh)-, aparte de una pareja de primos cuicos, los Groovesnore, que andan en la búsqueda de información. El problema es que su familia y esa información son parte basal de casi todos los problemas en la trama (Nota: releer a Marx).

Hay una versión en formato puro texto, pero es malita (experimentos…). Así que es mejor darle con esta novela gráfica y la siguiente, “Bajo el signo de Capricornio”, como mínimo. Tiene su poquita de sangre, pero como es en blanco y negro ni se nota. Y sé que los fanáticos del personaje sentirán que esta reseña es pobre a nivel callampa post lluvia. Y tienen razón, porque hay un amplio universo que tiene a Corto Maltés -un antihéroe guapo y cínico y gracioso y con arito- como protagonista. Y otro, además, Hugoprattcéntrico, con chorrocientos libros más girando a su alrededor. Y dicen que anduvo por Chile en algún momento, este ídolo, además.

Y si piensan que el libro es viejo, están en lo correcto (1967, cacha). Pero pasa algo parecido con las nostalgias a la chilena: envejece mejor Mampato que Papelucho ¿o no? ¿Será que la tinta es mejor para el cutis,ah?

La Balada del Mar Salado. Norma, España. 256 páginas. ISBN 9788467904024. (y no es barato, pero no es gasto, es inversión).

Buscando a Alaska de John Green – reseñas de cuarentena – 9

Cuando el éxito y John Green se encontraron, el Green ya llevaba un montón de libros publicados. Pero fue su emblema de la sick lit (literatura de amor + enfermedad = seremos polvo enamorado, citando a Quevedo, y no hagan chistes) el que lo llevó a la más famosa de las famas (por “Bajo la misma estrella”, si no se han enterado). El tema es que John, junto a su hermanito Hank, igual tenían su rating acumulado porque eran súper activos en las llamadas redes sociales. Hacían cualesquiera cantidad de videos educativos y se hacían llamar “nerdfighters”, con un saludo de antebrazos cruzados -onda Metallica-, pero poniendo los dedos de las manos en la separación del saludo vulcano (quien no entendió ninguna de estas referencias, que tome su sombrero y su bastón). Busquen por vlogbrothers. Pero ya, a ordenarse, que estamos hablando de libros acá. Y, después de leerlos todos, el veredicto de un servidor es: el peorcito es uno escrito a medias sin mezclarse junto a David Levithan -ese del Will Grayson al cuadrado- y también bajo la línea de flotación está uno pascuero/oportunista, también en plan cooperativo. Con los otros, pasa algo parecido a la obra de Paul Auster: como que es el mismo libro todo el rato, ¿o no?. Y si de Auster el mejor es “El palacio de la luna” (y el peor ese del perro filósofo), el de Green es el primerito: “Buscando a Alaska”. 7 tenedores.

Y si alguien está en desacuerdo, como decía Harry el Sucio: las opiniones son como los potos, todo el mundo tiene uno.

Recurriendo nuevamente a lo metafórico/gastronómico, su opera prima es el menos pasteurizado de sus libros (que igual nos gustan harto, ojo, aunque el último ya se nos olvidó). Esta novela transcurre en un colegio algo atípico, donde llega el desadaptado protagonista, Miles, cuya obsesión rara (en general, una característica greenesca: teoremas para entender la vida, mapas sin ciudades, eso) son las últimas palabras de personajes famosos. Y su nueva obsesión la genera la chica del título (oh, polisemia), Alaska Young, que es linda y compleja (por ponerlo en elegante). Entre situaciones varias de corte escolar, grandes conversaciones sobre la vida y últimas frases (alégrense bolivarianos, porque se habla del general en su laberinto), hay un quiebre más o menos a la mitad del libro que lo deja a uno como conejo deslumbrado en la mitad del camino. O sea, después uno queda como atropellado.

Aparte de que el riesgo es enorme para el autor -porque una enfermedad terminal es más inevitable que lo que ocurre aquí-, es también un mazazo para el lector. Es como unos quesos franceses que compré recién y que uno hubo que botarlo, por IN-TEN-SO (aunque se podría haber usado como test de coronavirus). En fin, que “Buscando a Alaska” es súper jugado. Y entretenido. Y agridulce. Y bien bueno. Y la peli, no, por siaca.

Buscando a Alaska. Suma de letras, España. 304 páginas. ISBN 9788466335355

El doctor Proctor y los polvos tirapedos de Jo Nesbø – reseñas de cuarentena – 8

Para los que encuentran que don Juan Villoro la hizo incursionando en la LIJ con su profesor Ziper y su té de tornillo, hay otro autor “adulto” que llegó ahí mismito y luego se pasó de largo como docemilmillones de kilómetros y veintitrés pueblos: Jo Nesbo (no es que no nos guste Ziper, ni el recomendabilísimo “El libro salvaje” de este simpático autor -lo es-, que será parte de este centenar de recomendaciones, pero, ay, escatología es escatología). Entonces, puede que alguien conozca esa serie de libros que son como el hoyo, ay, perdón, que son protagonizados por Hole (oj, oj), Harry Hole, un detective caído al frasco y que tiene el olfato calibrado para dos opciones: soluciones y problemas (bueno, y Jim Beam). Para lectores adultos -porque efectivamente huelen a destilería y a extrema violencia-, allí está esa extensa -son doce libros- parte de la obra de este escritor noruego. También tiene un Macbeth en clave mafiosos nórdicos que mejor que no (o sea, leer o no leer: no leer. De hecho, lo doné a la Biblioteca de Provi. A lo mejor es ashes to ashes ahora mismo 🙁 ) y un libro unitario reciente en español, “El heredero”, que es muy recomendable (aunque es mejor darle a la docena de Hole en esta cuarentena). Pero en fin, todo este prólogo innecesario da pie al sorprendente “El doctor Proctor y los polvos tirapedos”.

Se trata de cuatro libros, todos en español (hay un quinto en puro noruego, a ver si te lo lees): está el de los polvos peorros, luego uno con una tina que hace viajes espacio temporales (más incómodo que el cinto, pero con más estilo y reclinable), uno que tiene que ver con concursos televisivos de coros satánicos y gente hablando con faltas de ortografìa, en “El doctor Proctor y el fin del mundo. O no”, y el cuarto, de un robo, para el que no me alcanzó la plata, porque son caros (y el de Macbeth me lo compré). El protagonista es Proctor (ahí va el punto base de la prueba), quien es molestado y sacado de su ostracismo de genio por dos cabros cargantes: una es Lise y el otro es su nuevo vecino en la calle de los Cañones, un colorín chicoco que toca la tuba y que se llama Tapón (licencias de la LIJ). El tema es que el doc ha inventado un polvo que, para este par de niños, sería muy vendible a la NASA, para llegar a la luna a pura ventosidad. Aparte de este ingrediente, completan la receta de este libro un flan gigante, una anaconda perdida y una cárcel infranqueable, dicen.

La verdad es que uno puro podría envidiar a Nesbo, porque es un crack de la novela policial y de la novela infantil. Y ¡además tiene un grupo de rock, que se llama Di Derre! Lo bueno es que con la cuarentena, da hasta para escucharlo (impresionante este Spotify). Y es como música de vaqueros con infarto cerebral y en esperanto. Ahí si que te caíste, Jo.

Soy envidioso, y qué. Jo, jo.

El doctor Proctor y los polvos tirapedos. La Galera, España. 224 páginas. ISBN 9788424642914