El doctor Proctor y los polvos tirapedos de Jo Nesbø – reseñas de cuarentena – 8

Para los que encuentran que don Juan Villoro la hizo incursionando en la LIJ con su profesor Ziper y su té de tornillo, hay otro autor “adulto” que llegó ahí mismito y luego se pasó de largo como docemilmillones de kilómetros y veintitrés pueblos: Jo Nesbo (no es que no nos guste Ziper, ni el recomendabilísimo “El libro salvaje” de este simpático autor -lo es-, que será parte de este centenar de recomendaciones, pero, ay, escatología es escatología). Entonces, puede que alguien conozca esa serie de libros que son como el hoyo, ay, perdón, que son protagonizados por Hole (oj, oj), Harry Hole, un detective caído al frasco y que tiene el olfato calibrado para dos opciones: soluciones y problemas (bueno, y Jim Beam). Para lectores adultos -porque efectivamente huelen a destilería y a extrema violencia-, allí está esa extensa -son doce libros- parte de la obra de este escritor noruego. También tiene un Macbeth en clave mafiosos nórdicos que mejor que no (o sea, leer o no leer: no leer. De hecho, lo doné a la Biblioteca de Provi. A lo mejor es ashes to ashes ahora mismo 🙁 ) y un libro unitario reciente en español, “El heredero”, que es muy recomendable (aunque es mejor darle a la docena de Hole en esta cuarentena). Pero en fin, todo este prólogo innecesario da pie al sorprendente “El doctor Proctor y los polvos tirapedos”.

Se trata de cuatro libros, todos en español (hay un quinto en puro noruego, a ver si te lo lees): está el de los polvos peorros, luego uno con una tina que hace viajes espacio temporales (más incómodo que el cinto, pero con más estilo y reclinable), uno que tiene que ver con concursos televisivos de coros satánicos y gente hablando con faltas de ortografìa, en “El doctor Proctor y el fin del mundo. O no”, y el cuarto, de un robo, para el que no me alcanzó la plata, porque son caros (y el de Macbeth me lo compré). El protagonista es Proctor (ahí va el punto base de la prueba), quien es molestado y sacado de su ostracismo de genio por dos cabros cargantes: una es Lise y el otro es su nuevo vecino en la calle de los Cañones, un colorín chicoco que toca la tuba y que se llama Tapón (licencias de la LIJ). El tema es que el doc ha inventado un polvo que, para este par de niños, sería muy vendible a la NASA, para llegar a la luna a pura ventosidad. Aparte de este ingrediente, completan la receta de este libro un flan gigante, una anaconda perdida y una cárcel infranqueable, dicen.

La verdad es que uno puro podría envidiar a Nesbo, porque es un crack de la novela policial y de la novela infantil. Y ¡además tiene un grupo de rock, que se llama Di Derre! Lo bueno es que con la cuarentena, da hasta para escucharlo (impresionante este Spotify). Y es como música de vaqueros con infarto cerebral y en esperanto. Ahí si que te caíste, Jo.

Soy envidioso, y qué. Jo, jo.

El doctor Proctor y los polvos tirapedos. La Galera, España. 224 páginas. ISBN 9788424642914

Revista de Libros de El Mercurio | En primera persona

“En lo inmediato, ya tenemos una editorial interesada en los mini Cuentos en cuarentena que publicamos en redes sociales (FB) junto a Fabián Rivas (y que están disponibles, los 40, aquí ). Actualmente estoy recomendando a diario un listado de 100 libros juveniles, los grandes abandonados por la prescripción, también en mis redes sociales. Por lo mismo, harta lectura y relectura en confinamiento. Y harto Kindle (para así poder leer al tiro el último libro de David Foenkinos, Dos hermanas, y quedar algo plop con su final).

Para la imprenta, ahí están uno sobre un mini chef Down experto en recetas con huevos, para Santillana, y otro sobre comida chilena a escala infantil, para SM, reacomodándose dentro de los planes editoriales pospandemia. Hay otro par de libros en conversaciones, pero difusas aún.

Aparte, escribiendo algo -además de los cuentos y las reseñas-, volviéndome a enamorar de un autor como John Connolly (gracias a la serie “Bosch” y a la película “The Lincoln lawyer”), viendo un bellísimo animé sobre un departamento editorial especializado en hacer diccionarios (“The great passage”, en Amazon), cocinando a diario y haciendo reseñas de comida por delivery para la revista Wikén. Y tratando de encargar un pijama de polar de Charmander, porque de Pikachu no hay en XL, para ponerle más color a los saludos que me piden grabar desde los colegios, para animar a la lectura de mis libros. Todo sea por la primera línea de la educación.”

El océano al final del camino de Neil Gaiman – reseñas de cuarentena – 7

En elegante se dice “golpear el avispero”, pero ya que vamos en el libro siete, seremos más informales y procederemos a “patear la jaula”. Porque pese a amar mucho de la obra de don Neil Gaiman (menos su peli con Dave MacKean, que es un puro flop), este maravilloso creador de argumentos no es muy ducho en los buenos cierres de sus libros extensos. Ya, está dicho. Pasa en “Neverwhere”, en “Stardust”, en “American gods” (oh sí, y en este caso si que pasa), en “Los hijos de Anansi” menos, en “El libro del cementerio” también. En “Coraline”, un maravilloso libro que le gusta a todxs (es que es sustito gótico con súper protagonista cromosoma XX), el calce del final pasa raspando, digno, pero la orquesta de ratones… anda ya, Neil. Con una narración cortita, como “El galáctico, pirático y alienígena viaje de mi padre”, lo logra (su kriptonita son las novelas, las larguezas ficcionales, parece), lo mismo que en sus libros álbum del panda ese que estornuda y todo queda como Plaza de la Dignidad el día después. En fin. Con “Mitos nórdicos”, que toma las historias del loco Walhalla y las escribe en informal, como es la tradición la que va dictando los finales, todo ok. Pero, pero, ojo que hay un libro en que todo calza Pollo. Y ese es “El océano al final del camino”.

El protagonista, un sujeto cuarentón, decide visitar la casa en la que vivió cuando niño. Allí vivían las Hempstock, un grupo familiar atípico que arrendaba piezas y cuya integrante menor, Lettie, se hace amiga del mini protagónico. En este ambiente enigmático/gótico/nebuloso van ocurriendo diversas situaciones, pero es cuando un ser ominoso -que tiene el poco amedrentante nombre de “pulga”- se introduce en el niño que las cosas se alteran. Y el remedio, digámoslo, como que nunca termina de concluir.

Este sí que sí cierra impeque.

Y como complemento para el combo Gaiman, si alguien quiere sus aros de cebolla, allí está un capítulo en especial de Sandman, el comic que este cabro ayudó a redefinir (también se habla en docto aquí). Y de esto trata: este ser que da su nombre a la trama, el Señor de los Sueños, reúne en un bosque a Shakespeare y compañía para montar “Sueño de una noche de verano”. Y el público es ¡Oberón, Titania y toda la troupe original, hasta con Puck dejando la mansaca durante la presentación, viéndose representados por humanos! ¿Cultura popular, esa, la del comic? Jo jo. Ándate a ponerte al día con el bardo de Avon antes de leer más monitos como estos.

El océano al final del camino. Roca editorial, España. 240 páginas. ISBN 9788416240340.