El dador de recuerdos de Lois Lowry – reseñas de cuarentena – 11

La palabra de hoy es: distopía. O sea, si el mundo en que se vive es con dos deditos hacia arriba y carita feliz = utopía (aunque al que inventó esa cosa igual le cortaron la cabeza, ese con nombre de calle, el Tomás Moro). En cambio, si este mundo inventado es como el ajo, ahí estamos hablando de distopía. Y si en el colegio -durante la entretenida educación media- la oferta va por el lado de “1984” de don Orwell, y “Un mundo feliz” de mister Huxley (que tiene una segunda parte hórrida de mala e infeliz), con una tiranía totalitaria en la primera y con una sociedad buena para hacer cochinadas libremente y tomar pastillas de la felicidad, la segunda, hay otro lugar al que no nos gustaría ir (no, no y no), creado por una autora nacida en las tierras de Lilo y Moana: Lois Lowry.

Esta señora (en Chile no la dejarían pasear, por oldie) ha escrito libros para más chicocos, con uno que es ácido y malvado y gracioso llamado “Los hermanos Willoughby” (un apellido tan difícil de escribir, que cuando un Willoughby chileno sacó un libro de cocina, lo escribieron mal en la portada. Penita). Este libro les puede sonar porque en Netflix estrenaron recién una peli de animación basada en él. Y se pasan un poco de listillos, porque si la trama ya es delirante (grupo de hijos con unos padres onda lords en casona gigante que no los pescan ni en grado mascotas parlantes, y de ahí parte la locura del argumento), como que le ponen más absurdo aún y -me disculparán-, pero termina siendo un poquito indigesto. Mejor dosificado está en el papel, en este caso. Y otro de los hits de esta hawaiana de nacimiento es más en onda realista, con una joven heroína escolar durante la ocupación nazi en Copenhague (linda ciudad, con una estatua de La Sirenita de Andersen, financiada por una cervecería. Ay, que distópico, ya que estamos). Este es más realista/serio/histórico/eso.

Pero el tema es “El dador de recuerdos”. Se trata de un mundo PERFECTO, pero que, como bien reza el refrán abuelístico: “lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Entonces, será muy ordenadito y futurista, sin dolor ni crédito CAE, pero hay un sujeto que es como el disco duro con patas de todo esto. Y al protagonista adolescente, al que quieren de reemplazo 2.0 del viejo memorioso, como que se empieza a dar cuenta de que hay un costo pequeñín para alcanzar tanta maravilla (ironía. Porque, vaya spoiler, hasta sacrifican ¡¡¡A UNA GUAGUA!!! y todo por el bien común, dicen. me acuerdo y se me vuelve a apretar la guata).

Por lo anteriormente dicho, este es un libro amado/odiado en las escuelas gringas. Y no es uno, son cuatro en total: “En busca del azul”, “El mensajero” y “El hijo” son los siguientes, que igual son buenitos pero no al nivel kaiosama del primero. Ojo que de todas formas, el primerísimo se puede leer solo, con su final abierto y harto trauma para la casa. ¿No querían una distopía, ah?

Dato práctico: Los cuatro están en editorial Everest y el primero en Destino, pero es más caro ¿Será que pagaron mucho por poner el afiche de la peli en la portada, ah? Porque tienen la misma cantidad de letras y se muere la misma gente. Se pasaron.

El dador de recuerdos. Everest, España. 176 páginas. ISBN 9788424159535.

La Balada del Mar Salado de Hugo Pratt – reseñas de cuarentena – 10

Cuando la gente de edad (vejetes) se pone nostálgica sobre sus lecturas infantiles, saltan al tiro a la palestra Verne y Salgari. El problema es cuando un lector de hoy se mete en las páginas de alguna versión íntegra de, por ejemplo, “Dos años de vacaciones”: ¿qué es una jarcia? ¿dónde se pone uno al socaire? El alefriz ¿se come? Es como dicen en “Los hijos del capitán Grant”: “Que me ahorquen si entiendo esta jerga infernal. Estoy seguro de que ese hombre habla araucano”. (¿??!!!)  Bueno, eso le pasa a los lectores de hoy con las versiones originales de estos magnos escritores. No es muy UWU (y para los adultos, algo parecido ocurre después del “Llamadme Ismael” y meterse al “Moby dick” de editorial Porrúa. Sudor frío). En fin. Si la idea es recomendar un libro de aventuras sin sexo y en los que la violencia tiene sustento argumental y está dosificada -para entender que los riesgos que se corren son de verdad-, con un sorprendente marco histórico detallado y algunas pinceladas de fantasía, allí está el protagonista de hoy: Corto Maltés.

Nuevamente, para que no se crean que esto son puros “monitos”, don Umberto Eco dijo: “Cuando quiero relajarme leo a Engels, cuando quiero algo serio leo a Corto Maltés” (bueno, eran amiguetes él y Hugo Pratt, el autor, también). Hay un bello y cabezón texto de Umberto (me cae bien) titulado “Geografía imperfecta de Corto Maltés” -en esa biblioteca llamada internet-, como para ubicarse en un universo muy extenso que parte con el libro que prende esta mecha: “La balada del mar salado”.

La primera aventura ocurre en esa zona del Pacífico más tiradita hacia Fidji y Papúa (Melanesia le dicen), donde aparece nuestro héroe, hijo de un marino inglés y una gitana de Gibraltar (y que se hizo unas líneas de la mano con el cuchillo. Al revés de Vicente Huidobro en “Vientos contrarios”, que se las borró con vitriolo). Se respiran los aires de guerra, de la Primera. Entonces, andan dando vuelta algunos alemanes medio corsarios y también el némesis/amigo loco de Corto, Rasputín, aparte de las huestes locales de un líder en las sombras de la región: El Monje. Hay muchos misterios -magia incorporada, pero en serio (no de gomitas multisabores, doh)-, aparte de una pareja de primos cuicos, los Groovesnore, que andan en la búsqueda de información. El problema es que su familia y esa información son parte basal de casi todos los problemas en la trama (Nota: releer a Marx).

Hay una versión en formato puro texto, pero es malita (experimentos…). Así que es mejor darle con esta novela gráfica y la siguiente, “Bajo el signo de Capricornio”, como mínimo. Tiene su poquita de sangre, pero como es en blanco y negro ni se nota. Y sé que los fanáticos del personaje sentirán que esta reseña es pobre a nivel callampa post lluvia. Y tienen razón, porque hay un amplio universo que tiene a Corto Maltés -un antihéroe guapo y cínico y gracioso y con arito- como protagonista. Y otro, además, Hugoprattcéntrico, con chorrocientos libros más girando a su alrededor. Y dicen que anduvo por Chile en algún momento, este ídolo, además.

Y si piensan que el libro es viejo, están en lo correcto (1967, cacha). Pero pasa algo parecido con las nostalgias a la chilena: envejece mejor Mampato que Papelucho ¿o no? ¿Será que la tinta es mejor para el cutis,ah?

La Balada del Mar Salado. Norma, España. 256 páginas. ISBN 9788467904024. (y no es barato, pero no es gasto, es inversión).

Buscando a Alaska de John Green – reseñas de cuarentena – 9

Cuando el éxito y John Green se encontraron, el Green ya llevaba un montón de libros publicados. Pero fue su emblema de la sick lit (literatura de amor + enfermedad = seremos polvo enamorado, citando a Quevedo, y no hagan chistes) el que lo llevó a la más famosa de las famas (por “Bajo la misma estrella”, si no se han enterado). El tema es que John, junto a su hermanito Hank, igual tenían su rating acumulado porque eran súper activos en las llamadas redes sociales. Hacían cualesquiera cantidad de videos educativos y se hacían llamar “nerdfighters”, con un saludo de antebrazos cruzados -onda Metallica-, pero poniendo los dedos de las manos en la separación del saludo vulcano (quien no entendió ninguna de estas referencias, que tome su sombrero y su bastón). Busquen por vlogbrothers. Pero ya, a ordenarse, que estamos hablando de libros acá. Y, después de leerlos todos, el veredicto de un servidor es: el peorcito es uno escrito a medias sin mezclarse junto a David Levithan -ese del Will Grayson al cuadrado- y también bajo la línea de flotación está uno pascuero/oportunista, también en plan cooperativo. Con los otros, pasa algo parecido a la obra de Paul Auster: como que es el mismo libro todo el rato, ¿o no?. Y si de Auster el mejor es “El palacio de la luna” (y el peor ese del perro filósofo), el de Green es el primerito: “Buscando a Alaska”. 7 tenedores.

Y si alguien está en desacuerdo, como decía Harry el Sucio: las opiniones son como los potos, todo el mundo tiene uno.

Recurriendo nuevamente a lo metafórico/gastronómico, su opera prima es el menos pasteurizado de sus libros (que igual nos gustan harto, ojo, aunque el último ya se nos olvidó). Esta novela transcurre en un colegio algo atípico, donde llega el desadaptado protagonista, Miles, cuya obsesión rara (en general, una característica greenesca: teoremas para entender la vida, mapas sin ciudades, eso) son las últimas palabras de personajes famosos. Y su nueva obsesión la genera la chica del título (oh, polisemia), Alaska Young, que es linda y compleja (por ponerlo en elegante). Entre situaciones varias de corte escolar, grandes conversaciones sobre la vida y últimas frases (alégrense bolivarianos, porque se habla del general en su laberinto), hay un quiebre más o menos a la mitad del libro que lo deja a uno como conejo deslumbrado en la mitad del camino. O sea, después uno queda como atropellado.

Aparte de que el riesgo es enorme para el autor -porque una enfermedad terminal es más inevitable que lo que ocurre aquí-, es también un mazazo para el lector. Es como unos quesos franceses que compré recién y que uno hubo que botarlo, por IN-TEN-SO (aunque se podría haber usado como test de coronavirus). En fin, que “Buscando a Alaska” es súper jugado. Y entretenido. Y agridulce. Y bien bueno. Y la peli, no, por siaca.

Buscando a Alaska. Suma de letras, España. 304 páginas. ISBN 9788466335355